ARTÍCULOS

El valor de la diferencia

Par Denis Gauthier et Pierre Brulé

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17 abril 2023

Foto por Vackground / Unsplash

Reconocer al otro como diferente de nosotros mismos y de nuestras expectativas es realmente un pilar central en nuestras relaciones humanas. La otra persona tiene una historia personal repleta de innumerables experiencias únicas.

En el primer contacto, o en el camino, nos formamos una primera impresión, o incluso una imagen de la otra persona que puede dominar, o convertirse en un prejuicio infundado. Y sin embargo, estamos ante una parte de su ser, que nos gusta o no. Este es el trabajo de la percepción: estructuramos al otro a nuestra manera. Y hacemos lo mismo con nuestras propias experiencias. Así pues, podemos decir “sí” y luego hundirnos en el arrepentimiento, o decir “no” y estancarnos en la culpa. Esta culpa la podemos proyectar en la otra persona.

El fenómeno de la percepción tiene su origen en la diferencia entre la realidad tal como es y la forma en que la captamos con nuestros sentidos. Nuestros sentidos son poco elogiados en comparación con nuestra inteligencia, pero sin ellos no seríamos más que un ser biológico en evolución, sin posibilidad de contacto con el mundo exterior, ni siquiera con la propia realidad. Gracias a nuestros sentidos, descodificamos la realidad a nuestra manera, la subjetivamos. Esto suele hacerse de forma automática. Es gracias al poder de nuestra conciencia que podemos captar las diferencias o permanecer fijos en un punto de vista.

 

La ambigüedad de la percepción

 

La conocida figura de Boring ilustra el fenómeno de la percepción, ya que algunas personas ven a una joven y otras distinguen los rasgos de una anciana. Dependiendo del punto de nuestra concentración, vemos una cosa u otra. No podemos ver las dos cosas al mismo tiempo, aunque ambas formen parte de la misma figura. Así, esta figura demuestra que lo que percibimos es sólo una parte de la realidad misma.

 

Dibujo de Willam Ely Hill realizado en 1915 y titulado Mi mujer y mi suegra. Cuando se publicó, un pie de foto decía: “Ambas están en el dibujo – encuéntrelas”.

 

Imaginemos a una persona que está delante de un árbol que le llama mucho la atención, luego lo rodea y ve un insecto que le hace huir, como una araña a la que tiene miedo. Ahora imagine que esa misma persona conoce a otra por primera vez. Antes de hablar con él, su impresión es muy agradable, pero tras intercambiar unas frases, esa primera impresión cambia y se vuelve negativa. O pensemos en una pareja en la que uno de los miembros critica al otro por ser como su madre o su padre, un comentario que puede resultar ser un comentario inspirador o un juicio muy tendencioso.

Ahora coloquemos la figura de Boring delante de un grupo de doce personas: seis ven a la anciana y las otras seis a la joven. Tomemos dos individuos, uno ve a la joven y el otro a la anciana. Se enfrentan, se ponen necios y empiezan a juzgarse acusándose mutuamente: “estás obsesionado sexualmente por ver a una mujer joven” o “estás loco por ver a una mujer vieja”. Si el debate se acalora, no podrán ayudarse mutuamente a ver ambas “verdades”. Por el contrario, si se centran en la propia figura (la realidad tal y como es), describiendo precisamente lo que ven para propiciar cambios de punto de vista y ver la otra parte de la realidad, la cara antes oculta se hace visible.

Para que se produzca este cambio, debemos volver al valor del conjunto y del detalle. Al mirar la figura, se estructura espontáneamente una forma global, y luego, a través del detalle y del cambio de atención, puede surgir una nueva estructura. Así, la persona verá a la joven o a la anciana. Una vez captado uno, el otro pasa desapercibido. Para permitir que emerja el otro perfil, tenemos que cambiar el foco de nuestra atención al tiempo que cuestionamos algunos de los detalles. A través de este cambio, nos distanciamos, nos volvemos disponibles, nos abrimos interiormente, miramos de otra manera y buscamos ver de otra manera. Permanecemos abiertos a algo nuevo.

En nuestra vida cotidiana, podemos tropezar rápidamente con nuestra percepción y nuestro juicio. Por ejemplo, cuando una disputa con otra persona se intensifica, es posible fijarse en una postura, que irá a más. La intensidad no puede ser ilimitada. En un nivel de sobrecarga de tensión eléctrica, llega un punto irreversible y se corta la corriente. Del mismo modo, en las relaciones humanas hay una zona límite y tenemos que aprender a poner el pie en el freno, para “no pulsar el botón rojo”. Esto nos permite, gracias al poder de nuestra conciencia, dar un paso atrás y asimilar otros detalles y ver el punto de vista de la otra persona de forma diferente sin tener que cambiar o rechazar el nuestro.

Pero esta zona de cambio es muy pequeña. A medida que nos alejamos del centro de poder, nuestra posición puede metamorfosearse en una fijación y expresión explosivas, y luego en una acción o expresión tonta y lamentable. Entonces es muy importante aprender a sentir la propia intensidad emocional para evitar esta escalada dentro de uno mismo y aprender a gestionarla antes de que la situación se nos vaya de las manos. De lo contrario, nos volvemos impulsivos, ya no intentamos ver al otro de otra manera ni asumir la diferencia. Sólo intentamos defender una posición, la nuestra, con la convicción de tener razón, atacando, juzgando, acusando, culpando al otro.

Tal ejercicio no es sólo psíquico, sino también espiritual. Éste no puede sino ayudarnos a desarrollar nuestra capacidad de benevolencia hacia los demás y de indulgencia hacia nosotros mismos, para que no nos aferremos a nuestros prejuicios y alimentemos esas peligrosas tendencias hacia los celos, la mezquindad, incluso el desprecio y el odio.

 

ACERCA DE DENIS GAUTHIER Y PIERRE BRULÉ

Denis es filósofo y Pierre, psicólogo. Ambos tienen un MBA realizado en universidades del Quebec. Se conocieron durante un curso de filosofía en la Université du Québec à Trois-Rivières y son coautores del libro “Vernos de forma diferente: La conciencia y su poder”. Amantes de la naturaleza, de los seres humanos y de los desafíos, se lanzaron en la aventura de escribir juntos esta crónica espiritual.

 

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.

 

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