Foto por Brecht Denil / Unsplash
Lo que recordamos del Evangelio de Juan (13, 21-33, 36-38) es una pregunta y una respuesta. Una pregunta del apóstol Pedro a Jesús: “Señor, ¿adónde vas?”, y una respuesta de Jesús a Pedro: “Adonde yo voy, no puedes seguirme ahora: me seguirás después”.
La pregunta de Pedro es similar a una que nos hacemos a menudo en la vida cotidiana. Cuando nos encontramos con alguien conocido por el camino, después de saludarle, solemos preguntarle adónde va. La pregunta “¿Adónde vas?” puede tener una dimensión geográfica y temporal. “¿Adónde vas a dar un paseo hoy?” es diferente de “¿Adónde vas en la vida?”. Ghandi dijo una vez que “el mayor viajero no es el que ha dado la vuelta al mundo diez veces, sino el que ha dado la vuelta al interior de sí mismo una vez”.
Para ayudarnos a comprender el sentido de este pasaje del Evangelio, nos viene a la mente una imagen: la de un GPS. Para encontrar el camino más directo hacia un lugar, disponemos ahora de una herramienta técnica: el GPS. Basta con indicar el punto de partida y el destino. Si escribo “hacia ninguna parte”, corro el riesgo de dar vueltas en círculo. El camino a seguir está ligado a estos dos datos. En el largo viaje de la vida cristiana, que se une al de la vida humana, podemos distinguir tres etapas: al principio, hay un tiempo de interrogación; luego sigue un período más o menos largo de camino; y, por último, está la llegada, la culminación.
Al comienzo del gran viaje de la vida y en cada una de sus etapas, tenemos que pasar por un periodo de cuestionamiento que implica un examen de conciencia sobre nuestra situación actual, el sentido de nuestra vida y el destino final. El final en los dos sentidos de la palabra: el fin de la vida y la finalidad de la vida.
Mientras seguimos preguntándonos por nuestro destino final, tenemos que ponernos en marcha. Nuestra vida cristiana es un caminar tras las huellas de Jesús. Como los primeros discípulos y apóstoles de Jesús, hemos recibido la misma llamada: “Ven, sígueme”. Debemos estar siempre en movimiento. El camino presenta terrenos llanos y cuestas empinadas, curvas y encrucijadas. Hay que tomar decisiones y volver a tomarlas. Jesús nos dijo: “Toma tu cruz y sígueme”. No podemos pretender seguir a Jesús manteniendo la cruz fuera de nuestras vidas, por difícil que sea. Fue sin duda en referencia a la cruz y a la muerte que Jesús dijo a Pedro: “Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora; me seguirás después”.
Lo importante cuando se viaja es no perder de vista el destino. Incluso puede haber errores en el camino que requieran correcciones, como con un GPS. En el viaje de la vida, Jesús es nuestro compañero de viaje, nuestro guía. Él es la respuesta a nuestras preguntas y puede devolvernos al camino cuando perdemos el rumbo. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida: ¡nadie va al Padre sin pasar por mí!”.
Como en todos nuestros pequeños viajes, el punto de llegada es siempre un poco misterioso. No sabemos de antemano todo lo que nos espera cuando lleguemos a nuestro destino. En nuestra vida de fe, sabemos que nuestro destino se basa en el de Jesús. Jesús se enfrentó a la muerte en la cruz por amor, y Dios Padre le resucitó de entre los muertos. También para nosotros, si emprendemos el camino del amor con Jesús, sabemos que con él resucitaremos a una vida nueva. “Esta es una palabra segura: si morimos con él, con él viviremos” (2 Tim 2,13).
ACERCA DE YVON POMERLEAU
Después de más de treinta años como misionero en Ruanda, donde vivió la violencia del genocidio, y como asesor del Superior de la Orden de Predicadores en Roma, fue prior provincial de los Dominicos de Canadá de 2002 a 2010. Amante de la naturaleza y del otro, Yvon participa, entre otras cosas, en el desarrollo del Hogar del Mundo, un refugio para solicitantes de asilo y refugiados en Montreal.
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