Foto por The Tampa Bay Estuary Program / Unsplash
Cada año conmemoramos la entrada de Jesús en Jerusalén. Reconocemos en Jesús la figura del Siervo obediente y despojado, siervo del amor, de la ternura, de la misericordia, de la presencia y del poder de Dios actuando en el centro de nuestras vidas.
Jesús nos invita a recorrer este mismo camino de entrega, este mismo camino de esperanza, el mismo camino de liberación que Él mismo recorrió hasta el final, convirtiéndose para nuestra humanidad en el Señor de la gloria.
A través de sus acciones y enseñanzas, de su muerte en la cruz y de su resurrección de entre los muertos, Jesús nos da las llaves del Reino de Dios: el amor, la dulzura, la ternura, la compasión, el servicio…
A diferencia del caballo, que en aquella época era un animal utilizado por los ejércitos para ir a la guerra, Jesús eligió sentarse a lomos de un pequeño asno. Este animal es signo de paz, sencillez, servicio y vulnerabilidad. Con Jesús, sentémonos en el lomo de este burrito (Lc 19, 28-40).
Hoy, en un mundo que sufre tanta violencia, luchas entre los pueblos, odios, persecuciones, inseguridad, abusos y chantajes de todo tipo, el misterio de la liberación de nuestros corazones sigue cumpliéndose y revelándose. Pero, ¿cuándo?
Cada vez que uno de nosotros acoge al otro tal como es, respetando sus fuerzas y sus debilidades, sus carismas y sus limitaciones. Cada vez que una nación decide poner fin a los actos de odio, violencia y guerra contra otra nación en favor de un diálogo real y constructivo entre iguales. Cada vez que, en el seno de una pareja o de una familia, el diálogo y la escucha mutua sustituyan a las actitudes de indiferencia o de rechazo.
Cada vez que aceptamos contribuir a la vitalidad de nuestra comunidad cristiana según sus necesidades reales y no según nuestros propios deseos, intereses privados o intereses personales subyacentes. Cada vez que, en lo más profundo, abandonamos actitudes de miedo e ignorancia en favor de la audacia, la creatividad, la compasión, la superación de nosotros mismos y la aceptación de nuestras diferencias. Siempre que la esperanza, la dignidad humana y la confianza sustituyan a la exclusión, la marginalidad, la opresión y el aislamiento…
El reto de nuestro compromiso cristiano tras los pasos de Jesús sentado en aquel borriquillo encuentra apoyo y fuerza en el misterio de la ascensión pascual.
Atrevámonos a salir de nuestros hábitos esclerotizantes para ofrecernos este don del amor de Dios que nos impulsa hacia un futuro de renovación, y sumergámonos con todo nuestro ser en este camino de vida, este camino de audacia y de esperanza.
Atrevámonos a invitar a alguien cercano, un amigo, un colega, a descubrir o redescubrir con nosotros de qué manera Jesucristo cambia realmente algo concreto en nuestra vida cotidiana, de qué manera el amor de Dios marca la diferencia en el mundo, también a través de nuestro humilde testimonio personal, a través de nuestras manos, de nuestros ojos, de nuestro corazón, de nuestros compromisos, de nuestras palabras fraternas…
Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine para que, más que nunca, podamos realizar nuestra vocación de hombres, mujeres, jóvenes y ancianos, pues juntos, laicos y sacerdotes, estamos llamados a ser testigos misioneros vivos y significativos de Cristo resucitado, luz y vida en el corazón del mundo.
Texto reproducido con la autorización del autor, publicado originalmente en mayo del 2022 en su colección de meditaciones Reaviva en ti la esperanza por la vida del mundo, publicada por la diócesis de Saint-Hyacinthe.
ACERCA DE CHRISTIAN RODEMBOURG
Obispo de la Diócesis de Saint-Hyacinthe, Monseñor Christian es un hombre de acción que prefiere conocer al otro en lo concreto de la vida cotidiana, para vivir la misión pastoral en equipo, mujeres y hombres, laicos y sacerdotes, y crecer juntos en humanidad y espiritualidad.
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