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Homo deus: el humano, el dios, el algoritmo

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Par Laurence Gagnon

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13 septiembre 2023

Foto de Laurence Gagnon

Tras el éxito de su primer libro, Sapiens, una breve historia de la humanidad, Yuval Noah Harari ha publicado Homo deus, una breve historia del futuro. En este segundo ensayo, el autor explora la relación histórica de la humanidad con lo divino y otros mitos colectivos, y cómo ha evolucionado con el progreso social, científico y tecnológico.

El autor también dibuja un panorama de lo que le espera a la humanidad en el futuro, cuando la tecnología y la ciencia nos hayan conducido a la era de Internet, las redes sociales y los algoritmos cuya inteligencia podría superar a la del homo sapiens.

Homo deus se divide en tres partes bien diferenciadas. En primer lugar, el autor examina el advenimiento de la humanidad como especie dominante en el planeta. Luego examina la necesidad de dar sentido a la existencia humana mediante una triple búsqueda de la inmortalidad, la felicidad suprema y lo divino. Por último, Harari analiza la progresión natural hacia la que el progreso tecnológico y la llegada de los algoritmos podrían conducir a la humanidad.

 

Religión y mitos colectivos

 

En el centro del ensayo está el concepto de religión -que no debe confundirse con espiritualidad[1]– visto como un sistema de mitos colectivos concebido para crear un orden social y una red de valores. En los primeros tiempos de la humanidad, las creencias animistas estaban muy extendidas y servían para situar al ser humano en pie de igualdad con los demás animales, con el fin de favorecer la cohabitación y la supervivencia. La revolución agrícola dio lugar a las religiones teístas[2], que presuponen uno o varios dioses que ven con buenos ojos a los seres humanos, elevándolos por encima de los animales. El planteamiento es el siguiente: el homo sapiens se diferencia de los animales en que posee un alma, que le permite percibir lo divino y acceder (en el caso de las religiones monoteístas) a la vida eterna. Por eso pueden permitirse tener animales de granja, sin preocuparse de las condiciones en las que son criados ni de su sufrimiento; un ser sin alma no puede sentir emociones.

Con la modernidad y la revolución científica, el teísmo dio paso a otra forma de religión: el humanismo. El humanismo eleva al ser humano al nivel de Dios, en la medida en que la verdad ya no se encuentra en lo divino, o en un ser supremo e inmanente, sino en el interior del individuo:

 

El objetivo supremo de la vida humanista es desarrollar al máximo el propio conocimiento a través de una amplia gama de experiencias intelectuales, emocionales y físicas.

(p. 262)

 

Dividido en tres subgrupos -el humanismo liberal (liberalismo), el humanismo socialista y el humanismo evolucionista-, este sistema de creencias es responsable de los conflictos que se extendieron a lo largo del siglo XX, que el autor califica de guerras de religión. En la Segunda Guerra Mundial se enfrentaron el liberalismo y el socialismo, por un lado, y el evolucionismo[3], por otro; la Guerra Fría cimentó la victoria del liberalismo sobre el socialismo.

 

Ciencia, progreso tecnológico y pérdida de control

 

La tercera parte del libro mira hacia el futuro e intenta dibujar un panorama de lo que nos espera en el siglo XXI, basándose en las tendencias observadas por la comunidad científica e histórica en nuestro presente y pasado reciente.

Mientras que el humanismo colocaba al ser humano en la cima de su mito colectivo, situando al individuo como poseedor de la verdad, la ciencia pone en tela de juicio la noción misma de individuo. El término hace referencia a una entidad única e indivisible con un único yo supremo, pero la ciencia está demostrando que se trata de un mito.

Se cree que poseemos al menos dos versiones de nuestro yo: el yo experiencial, que vive en el presente y reacciona en lo inmediato, y el yo narrativo, que existe en la memoria de los acontecimientos pasados, les da orden y sentido, y mira hacia el futuro. De este modo, la ciencia pone en tela de juicio los fundamentos del humanismo liberal: ¿cómo encontrar la verdad en nuestro interior cuando no nos conocemos realmente a nosotros mismos?

La ciencia demuestra así que no somos indivisibles, pero va aún más lejos, al concebir cada organismo vivo como un “algoritmo” complejo, que almacena y analiza constantemente información para responder a sus deseos y necesidades. De este modo, derriba el muro que separa a los seres orgánicos de los no orgánicos.

Aquí es donde entra la versión más reciente de la red de mitos colectivos: las tecno-religiones. Éstas se dividen en dos categorías: el tecnohumanismo, que aspira a crear un homo deus, un superhombre que superará a los seres humanos ordinarios gracias a su inteligencia y a su físico mejorado; y el “dataísmo”, que plantea que los algoritmos no orgánicos se “alimentan” de nuestros datos para ser los poseedores del conocimiento, el significado y la verdad. Según el dataísmo, un algoritmo que analizara nuestros datos biológicos, sociales y capitalistas sería mucho más capaz de determinar nuestros deseos y necesidades que nosotros mismos.

Esta nueva religión ve nuestras palabras y acciones no como parte de un proyecto cósmico supervisado por un dios que se preocupa por nuestros pensamientos y sentimientos, sino como parte de un flujo de datos supervisado por algoritmos superiores que observan lo que hacemos y sentimos. La actuación humana se antepone, se potencia y es asumida por una inteligencia superior encargada de decidir por nosotros. En este futuro, el ser humano como algoritmo ha quedado obsoleto, superado por un ser no orgánico con una inteligencia superior. Pero, ¿qué pasa con la conciencia?

 

Mientras creamos que la voluntad y la experiencia humanas son la fuente suprema de autoridad y significado, será imposible hacer frente a las tecnologías.

(p. 393)

 

Harari termina su disertación con una nota positiva: el futuro que acaba de presentar, que puede parecer aterrador para muchos, no es inevitable. La deificación de los datos y la elevación de la tecnología por encima de la humanidad ya han comenzado, pero aún podemos escapar de ella, siempre que nos hagamos las preguntas adecuadas.

En particular, propone relativizar la importancia que concedemos al progreso en relación con la existencia de los seres humanos como organismos vivos. Este libro se escribió hace varios años, pero la sombra de la actual crisis climática, agravada por nuestros sistemas capitalistas que impulsan una frenética carrera hacia el progreso, ya se vislumbraba e impregna sus páginas. Dada la urgencia de la situación, ¿no es hora, como sugiere Harari, de reevaluar nuestras prioridades y quizá suscribir otro tipo de mito colectivo?

Yuval Noah Harari es profesor del Departamento de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén.

 

Del mismo autor:

 

Sapiens, de animales a dioses (2011), 21 lecciones para el siglo XXI (2018).

 

Notas:

 

[1] Mientras que la religión se ve más como un sistema colectivo de creencias, la espiritualidad es más una búsqueda personal e interior.

[2] Son religiones que se apoyan en uno o varios dioses.

[3] El autor tiene cuidado en señalar que el nazismo es sólo una forma extrema de humanismo evolutivo; este último se basa principalmente en la teoría de la evolución de Darwin, lo que en sí mismo, dice Harari, no lo convierte en una forma de totalitarismo.

 

ACERCA DE LAURENCE GAGNON

A Laurence siempre le ha apasionado la literatura. Maestra en lengua y literatura francesas por la Universidad McGill, le interesa lo que los textos literarios pueden decir sobre el ser humano y su relación con el mundo. Curiosa por naturaleza, Laurence disfruta aprendiendo sobre diferentes culturas, su modo de ver la espiritualidad y sus relaciones con la comunidad. Sus pasatiempos van desde caminar por el bosque hasta el cine japonés, la literatura de las Primeras Naciones y la música clásica.

 

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.

 

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