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Comprender para combatir nuestros prejuicios

Par Denis Gauthier et Pierre Brulé

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22 febrero 2023

Foto por Vivek Kumar / Unsplash

Los prejuicios son creencias fijas, a menudo negativas, sobre una persona o un grupo. Pueden formarse en minutos o incluso segundos. Pueden referirse a la personalidad o el aspecto de alguien, e ir acompañados de una fuerte carga emocional positiva o negativa.

Generalmente, la primera impresión que se tiene de alguien es duradera. Nos formamos entonces una idea inamovible de la persona y los intercambios posteriores determinarán el potencial de la relación. Cuando volvemos a entrar en contacto con esa persona, el prejuicio nos vuelve espontáneamente complacientes y conciliadores, si éste es favorable, pero desagradables y antipáticos si es desfavorable. “Es más difícil desintegrar un prejuicio que un átomo”, decía Albert Einstein.

El prejuicio y su explicación científica

Recordemos ese mágico primer encuentro con nuestro compañero o compañera de vida, así como el estresante momento de una importante entrevista de trabajo en el que conocimos a nuestro futuro jefe. Es como si una especie de huella se hubiera formado en nuestro cerebro. Konrad Zacharias Lorenz (1903-1989), biólogo, zoólogo y etólogo austriaco, estudió este fenómeno neurobiológico, presente también en varias especies animales.

Lorenz observó a los gansos y demostró cómo los polluelos nacidos en incubadoras adoptaban el primer objeto en movimiento que veían, durante lo que él denominó el “periodo crítico”, es decir, el tiempo que transcurre entre la hora 13 y la 16 después de la eclosión. Llamó a este fenómeno impronta, que describe la tendencia de cualquier animal recién nacido a desplazarse hacia el primer objeto móvil que ve. Entonces se apega irreversiblemente a él y lo considera su madre.

En su experimento con gansos, Lorenz esperó a que los polluelos salieran del huevo para ser el primer objeto animado en su campo de visión. Así, los gansos seguían a Lorenz como seguirían a su madre. Lorenz descubrió que los gansos se grababan con precisión la imagen de sus botas de agua. Por eso a menudo se representa al científico seguido por una bandada de gansos.

De forma similar, el prejuicio aparece como una fuerte huella al principio de un primer encuentro. Inmediatamente, el otro nos resulta simpático o antipático. Parece haber una dimensión instintiva, pero también social, en la formación del prejuicio. Por esta razón, los detalles más pequeños de lo que vemos y oímos tienen una importancia capital. Esta amalgama de percepciones creará una impresión poderosa, difícil de deconstruir posteriormente, y dará lugar a la formación de una opinión a menudo permanente.

Prejuicio y subjetividad

Vemos, pero al final no vemos gran cosa. La realidad objetiva se convierte rápidamente en subjetiva, al pasar por el filtro de nuestras experiencias pasadas, que afectan a nuestras percepciones. Por ejemplo, el miedo a las arañas. ¿Por qué tememos a este insecto, a menudo inofensivo? Seguramente hemos tenido una experiencia desagradable que posteriormente ha definido la intensidad de nuestras emociones y nuestra percepción de su peligrosidad. Ya no se trata de las características particulares del insecto, tenemos un prejuicio desfavorable, incluso hostil, hacia este insecto… que pondrá su vida en verdadero peligro.

Los prejuicios siempre están influidos por acontecimientos pasados que, aunque no parezcan relevantes para una situación, influyen en la forma de percibirla. Si el aprendizaje previo es incompleto, inexacto o erróneo, puede crear insatisfacciones que se consideran fracasos acumulados. El resultado es una distorsión de la realidad, consecuencia de un refuerzo de nuestros mecanismos de defensa.

La trampa de los prejuicios

Los prejuicios reflejan la presencia y el desarrollo de una base de conocimientos generales y pueden utilizarse para predecir determinadas situaciones basándose en las experiencias adquiridas. Pueden conducir a la acumulación de experiencias inconclusas y frustrantes que se manifiestan en una disociación del yo respecto a los demás. Desde esta perspectiva, siempre hay una única forma de actuar en una situación determinada, lo que deja poco margen para el cuestionamiento.

Sin embargo, erigido en certeza, el prejuicio se convierte en una trampa, ya que vuelve rígido nuestro campo de percepción y acaba dictando nuestra conducta, a menudo fomentando las cavilaciones y la evasión. En resumen, nos convertimos en prisioneros de nuestros prejuicios y en nuestro propio enemigo, ya que la fijación en nuestras certezas nos impide avanzar. En una perspectiva así, cada vez es más difícil cuestionar nuestros prejuicios. Es un círculo vicioso malsano, que provoca una pérdida de contacto con uno mismo, pero también con lo que nos rodea.

Así, cuanto más se distorsiona la realidad objetiva, más nos encerramos en el marco rígido de nuestros prejuicios, generando juicios infundados. Cuanto mayor es la distancia entre los prejuicios y la realidad, mayor es el desequilibrio en nuestra interacción con el entorno.

El prejuicio es, por tanto, un fenómeno psicológico que deja huella en nuestros instintos. Cuanto más tiempo pasa y menos cuestionamos nuestros prejuicios sometiéndolos a la prueba de la realidad, más difícil resulta deconstruirlos. Lo importante es reconocerlos, para dejar de proyectarlos en los demás o en nosotros mismos.

ACERCA DE DENIS GAUTHIER Y PIERRE BRULÉ

Denis es filósofo y Pierre, psicólogo. Ambos tienen un MBA realizado en universidades del Quebec. Se conocieron durante un curso de filosofía en la Université du Québec à Trois-Rivières y son coautores del libro “Vernos de forma diferente: La conciencia y su poder”. Amantes de la naturaleza, de los seres humanos y de los desafíos, se lanzaron en la aventura de escribir juntos esta crónica espiritual.

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.


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