ARTÍCULOS

¿A quién escucho?

Par Alain Faubert

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26 febrero 2024

Foto por Jakob Owens / Unsplash

En el lenguaje de los medios de comunicación, a esto lo llamamos “la casete”. Ya sabe, cuando un representante oficial de una organización responde… no respondiendo (¡!) a las preguntas que se le formulan en una entrevista: “Escuche, nuestra organización está poniendo en marcha todos los recursos necesarios para examinar la situación. Estamos sopesando los pros y los contras, teniendo en cuenta todos los pormenores. Queremos asegurarnos de que el expediente se sigue con la mayor celeridad posible, dando toda la importancia al mérito que merecen las circunstancias, para que cuando llegue el momento el público esté informado de cualquier eventualidad en el expediente que estamos supervisando examinándolo detenidamente.”

Da la impresión de que ha memorizado una serie de palabras ingeniosas que suenan en bucle como un casete… como si leyera un texto compuesto por expertos en comunicación especializados en “hablar de nada”. El resultado es un zumbido cuyos efectos entumecen o exasperan. En cualquier caso, sólo alimenta la indiferencia del oyente.

¿Estaban los escribas de la época de Jesús atascados en un “casete”? El texto del Evangelio de Marcos (1:21-28) nos dice que, a diferencia de Cristo, sus enseñanzas carecían de autoridad.

¿Por qué? Probablemente no sea por falta de cultura religiosa. Podemos suponer que los escribas se sabían las Escrituras de memoria, hasta la punta de los dedos. Pero podían dejarse embaucar por los casetes… por ejemplo, el casete de la erudición sin sabiduría, que no es más que un comentario sobre comentarios de las Escrituras: “Rabí fulano dijo esto, Rabí Jacob dijo aquello y Rabí Isaac otra cosa…”

También estaba la casete de las interpretaciones legalistas de la Torá: “Harás esto, no harás aquello… si haces esto, no harás nada más, y también prestarás atención a esto otro…”, con el riesgo de perderse en los detalles. Sobre todo, se corre el riesgo de desanimar y dormir a todo el mundo.

 

Una palabra libre

 

Imaginen cómo acogió la gente la frescura y novedad de las palabras de Jesús. Vino y proclamó: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca”; “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”; “Ustedes han aprendido: ojo por ojo, diente por diente. Pues yo les digo: si alguien te abofetea en la mejilla izquierda, ofrécele la otra”.

¿Qué lo hace nuevo, qué le da autoridad? En mi opinión, lo primero es que Jesús proclama a un Dios que actúa hoy, en el presente. No se limita a decir: “Dios hizo milagros en el pasado, y nuestros padres los vieron con sus propios ojos”. Jesús dice: “Abre los ojos y los oídos: ¡Dios llama a tu puerta! Lo que predijeron los profetas se está cumpliendo hoy”.

Jesús va también más allá de la moral del “haz esto, no hagas aquello”, y nos propone ante todo convertirnos en hijos e hijas de un Padre que nos ama gratuitamente, sin ningún mérito por nuestra parte. Ser y actuar como Él, en respuesta a su amor.

Por último, pero no por ello menos importante, las palabras de Jesús son las de un hombre libre, y estas palabras pretenden liberar a los seres humanos de los demonios que les atormentan. La curación del endemoniado en la sinagoga es un signo de ello ante nuestros ojos.

 

Escuchar para comprender

 

Pero la pregunta de quienes presenciaron la escena da en el clavo: “¿Qué significa esto?” Se puede intuir que intentan llegar a la raíz del misterio: ¿de dónde procede en última instancia la autoridad de Jesús? Para ellos no era obvio, pero para nosotros está clarísimo: lo que significa es que es Dios mismo quien nos habla directamente, a través de la voz de su Hijo único, el que Él ha enviado. En definitiva, la autoridad de Jesús, que contrasta con la falta de autoridad de las palabras de los escribas, ilustra que él es LA Palabra que sale de la boca de Dios.

La pregunta que se hacían los contemporáneos de Jesús sigue siendo pertinente hoy: “¿Qué significa esto?” ¿Para nosotros, aquí y ahora? Significa que Dios nos habla a través de Jesús, su Hijo único. ¿Lo oyes? Quizá el problema de nuestro tiempo es que Dios nos habla a través de la cacofonía de ruido de nuestro mundo. Mucha gente nos habla y nos sugiere caminos de felicidad… caminos que a veces van en contra del Evangelio.

Entonces, ¿a quién escucho? ¿A quién presto atención? ¿Qué contacto hay, en mi vida, con la palabra liberadora del Señor Jesús? ¿Cuánto tiempo de mi semana dedico a acoger la Buena Noticia? Como cristianos, ¿podemos decir seriamente al Señor: “Sí, Jesús, te amo. Pero, sabes, tengo prioridades: trabajo, estudios, familia… No tengo tiempo para escucharte”.

La gente dirá: “Sí, pero las palabras de Jesús no siempre son fáciles de entender. Él habla de flores en los campos y de trigo que crece, pero nosotros vivimos en una sociedad diferente. Jesús no pudo hablarnos de lo que nos preocupa hoy”.

Es cierto que las palabras de Jesús conservadas en los Evangelios no suman muchas páginas. También es cierto que Jesús no da una respuesta explícita y detallada a todas nuestras preocupaciones. Y, sin embargo, es una palabra que puede inspirar nuestras opciones cotidianas: nuestra manera de vivir en relación con los demás; nuestras prioridades; incluso nuestra manera de consumir…

Para asegurarnos de que ponemos en práctica la palabra de Cristo, creo que es importante reservar un tiempo en nuestras semanas para escuchar dos relatos de la palabra de Jesús que la hacen más concreta.

El primero de ellos es el testimonio de los santos de nuestra Iglesia. Sus vidas y enseñanzas son una interpretación justa y brillante del Evangelio. ¿Nos tomamos el tiempo suficiente para escucharlos?

El segundo enlace de la Palabra es el Magisterio de la Iglesia, la enseñanza de los papas y obispos. Quienes me conocen saben que no soy ni papofóbico ni papolatra. Pero sí sé que el Papa Francisco, junto con sus hermanos obispos, presta un valioso servicio al clarificar el Evangelio y sacar consecuencias prácticas para todos. ¿Nos tomamos el tiempo suficiente para escuchar?

En mi opinión, estos dos enlaces de la Palabra son esenciales si queremos que la Palabra de Cristo arraigue y dé fruto en nuestras vidas. Porque ése es el objetivo final: que nuestra vida esté llena de frutos. Jesús no habla para no decir nada, ni para dormirnos. Su Palabra quiere despertarnos, quiere hacer brotar la vida en nosotros, a través de nosotros.

 

ACERCA DE ALAIN FAUBERT

A los 14 años, Alain emprendió un camino de fe que le llevó a estudiar en el Gran Seminario, a realizar un máster en estudios pastorales en la Universidad de Montreal y un doctorado en eclesiología en el Instituto Católico de París y la Universidad Laval. De 2004 a 2010, fue co-presentador del programa Parole et Vie, que exploraba la búsqueda espiritual y religiosa contemporánea desde diversos ángulos. Fue nombrado obispo auxiliar de Montreal en 2016.

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.

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