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¿Rendimiento a toda costa?

Par Denis Gauthier et Pierre Brulé

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8 mayo 2024

Foto por Elisa Ventur / Unsplash

La angustia y la ansiedad en el trabajo se han extendido como enfermedades infecciosas. El estrés se ha convertido en algo habitual, casi endémico en las empresas. Se han realizado estudios de psicología organizacional[1] para documentar el fenómeno de la explotación del sufrimiento de los empleados en el lugar de trabajo.

Christophe Dejours, psiquiatra, psicoanalista y especialista en psicodinámica y psicosomática laboral, ha demostrado que el sufrimiento psicológico de los empleados, lejos de ser un epifenómeno[2], acentúa su empuje para realizar sus tareas en el trabajo. En este sentido, para aumentar la carga laboral, basta con tirar de la cuerda del sufrimiento psicológico, sabiendo medir los medios de presión para aprovechar los límites y capacidades de cada trabajador. Los estudios de Dejours ilustran cómo ciertas organizaciones utilizan el sufrimiento como herramienta de productividad. Al trabajador le interesa, por tanto, utilizar su energía para adaptarse a la tarea que tiene entre manos a fin de conservar su puesto de trabajo.

 

Agresividad y rendimiento

 

El mismo investigador evaluó también la utilidad de la agresividad y la frustración en una organización. Llegó a una conclusión muy clara: los trabajadores suelen volver la agresividad contra sí mismos. En otras palabras, cuanto más frustrado está el trabajador, más agresivo se vuelve y más culpable se siente.

Las reacciones agresivas pueden ser provocadas por una supervisión excesiva, una sobrecarga de tareas en el trabajo o la reducción del tiempo para realizar una tarea desproporcionadamente grande. La frustración y la provocación se combinan para producir una agresividad reactiva que puede ser aprovechada por la organización.

La agresividad se transforma en culpabilidad cuando el trabajador se vuelve contra sí mismo. En lugar de estar resentido con la organización por pedirle demasiado, supervisarle o controlarle excesivamente, se culpa a sí mismo por no estar a la altura de las circunstancias. Cuanto más fracasa en la realización de sus objetivos, más culpable se siente. Cuanto más agresivo se vuelve, mayor es su rendimiento laboral.

Al tener a los empleados en un estado permanente de control, las organizaciones perpetúan una especie de violencia ligada al poder que ejercen sobre sus empleados. En efecto, estos últimos se infligen a sí mismos una forma de autocontrol artificial. Por miedo a no estar a la altura, los trabajadores acaban autocontrolándose. El estrés generado por este miedo es beneficioso para la eficiencia de la organización. El miedo y el temor se convierten en los medios por los que la organización impone el cumplimiento de las jerarquías empresariales y las prescripciones jerárquicas. De este modo, el cumplimiento y la obediencia protegen contra el miedo a ser descubierto.

Esta investigación demuestra que los trabajadores más nerviosos suelen rendir más. Por un lado, el miedo sirve de correa de transmisión para la regresión. Por otro, la irritación y la tensión nerviosa sirven para obtener un sobreesfuerzo. El sufrimiento es el resultado de un sistema que expulsa los deseos del trabajador. La frustración y la agresividad resultantes, así como la tensión y la irritación, se explotan específicamente para aumentar el ritmo.

Como todos sabemos, toda esta manipulación está al servicio de un afán de lucro que hace que la competencia en las empresas sea cada vez más feroz, tanto entre organizaciones como dentro de una misma entidad. Además, el desarrollo de la robotización y la automatización ha favorecido esta búsqueda de rentabilidad, eficacia, rendimiento, estatus y privilegio. Una búsqueda que tiende a convertirse en ideología en nombre de esa famosa frase: “el fin justifica los medios”.

La agresividad es una pulsión física, mientras que la culpabilidad es mental. La culpa se define generalmente como un sentimiento de aflicción, ya sea real o imaginario. Este sentimiento surge del desfase entre lo que nos gustaría ser y lo que realmente hacemos. Según Freud, psicoanalista de principios del siglo XIX, es el resultado de la ansiedad de nuestro yo ante las exigencias de perfección del superyó (también superego)[3].

Cuanto más queremos ser perfectos y agradables, más nos domina ese juez interior, se refuerza, nos atormenta, nos debilita y nos hace sufrir. Es más urgente que nunca salir de esta espiral alienante y redescubrir lugares de trabajo solidarios, abiertos y, sobre todo, humanos.

 

Notas :

 

[1] La psicología organizacional estudia las actitudes, emociones y comportamientos en el trabajo, y apoya la aplicación de principios psicológicos para promover la salud y el funcionamiento psicológico de los empleados.

[2] Fenómeno incidental que acompaña a un fenómeno esencial pero que no tiene nada que ver con su aparición.

[3] Según Freud, el yo es la parte de la personalidad consciente y responsable de la realidad y, por tanto, trata de dominar sus impulsos y encajar en los códigos, normas y valores que le rodean. El superyó o superego encarna estos códigos, normas y valores. Es otra parte de la personalidad que se desarrolla, entre otras cosas, a través de la interiorización del discurso parental y social, como una especie de conciencia moral que planea sobre nuestras cabezas y nos devuelve siempre al orden.

 

ACERCA DE DENIS GAUTHIER Y PIERRE BRULÉ

Denis es filósofo y Pierre, psicólogo. Ambos tienen un MBA realizado en universidades del Quebec. Se conocieron durante un curso de filosofía en la Université du Québec à Trois-Rivières y son coautores del libro “Vernos de forma diferente: La conciencia y su poder”. Amantes de la naturaleza, de los seres humanos y de los desafíos, se lanzaron en la aventura de escribir juntos esta crónica espiritual.  Pierre ha fallecido en agosto de 2023, pero los textos que escribió junto con Denis seguirán publicándose.

 

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.

 

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