Foto de wilson mathew / Unsplash
Bienaventurados los siervos a quienes el amo encuentre velando cuando llegue (Lucas 12,37). Velar…. Esta palabra se utiliza decenas de veces en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Velar… ¿pero con qué fin? Con miras a ese gran encuentro de amor, con miras a ese gran momento que esperamos vivir un día, la venida de Cristo en medio de nosotros.
Pero ¿qué sentido debemos dar a esta invitación a velar?
Velar… igual que esperamos a un amigo que está lejos, al que queremos mucho, al que vemos poco, y que nos anuncia que pronto vendrá a compartir un momento entrañable con nosotros.
Velar… como una madre y un padre cuidan de su hijo enfermo. Día y noche, están ahí, a veces cansados, pero siempre disponibles, sin saber realmente cuánto tiempo tardará su hijo en recuperarse y gozar de buena salud.
Velar… ante un acontecimiento que tanto deseas vivir pero que no llega tan rápido como quisieras; vivir en una especie de larga espera, a veces dolorosa pero llena de esperanza.
Pongamos nuestros relojes en el tiempo de Dios. Pero ¿qué es el tiempo de Dios?
Estén preparados, ustedes también, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que menos se lo esperen.
(Lucas 12,40)
Lo importante, por tanto, es prepararnos para acoger a Cristo, permanecer con nuestra ropa de servicio y mantener encendidas nuestras lámparas.
Estas lámparas encendidas son, entre otras, las de la fe, la esperanza, la caridad, la justicia, la paz, la oración, el compartir… Cuidémoslas en nuestra vida personal, familiar, profesional, de voluntariado y de ocio.
¿La energía de estas lámparas? La ternura del Señor. ¿La fuerza de estas lámparas? Su Palabra que nos da vida y sentido, que nos guía, que impregna toda nuestra vida y todo nuestro ser. El Señor es nuestro apoyo, nuestro escudo (Salmos 32,20).
¿La energía de estas lámparas? Es la rica herencia de nuestros antepasados en la fe, desde los primeros tiempos con Abraham, que obedeció la llamada de Dios y se atrevió a seguir adelante sin saber adónde iba.
¿La energía de estas lámparas? Es la hora de Dios que celebramos cada día en la Eucaristía y en la Oración de las Horas. Jesús está ahí, en medio de nosotros, para servirnos, para llevarnos a su mesa. Ésta es la hora en que el Hijo del hombre es glorificado.
Esta herencia de la fe de los primeros creyentes, nuestros mayores, es preciosa. Es un verdadero testimonio, como también nosotros debemos atrevernos a dar testimonio de lo que anima nuestro ser más íntimo, nuestra vida cotidiana, nuestra fe en Cristo. Cada uno de nosotros está llamado, humildemente por supuesto, pero en verdad, a formar parte del reflejo del rostro de amor de Dios para el mundo.
¿Estamos, todos y cada uno de nosotros, vestidos para el servicio, con todos los talentos y dones que hemos recibido de Dios grabados en nuestro interior? Porque a quien mucho se le ha dado, mucho se le pedirá; a quien mucho se le ha confiado, más se le exigirá (Lucas 12, 48).
ACERCA DE CHRISTIAN RODEMBOURG
Obispo de la Diócesis de Saint-Hyacinthe y miembro del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Canadiense, Monseñor Christian es un hombre de acción que prefiere conocer al otro en lo concreto de la vida cotidiana, para vivir la misión pastoral en equipo, mujeres y hombres, laicos y sacerdotes, y crecer juntos en humanidad y espiritualidad.
Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.




