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Este Evangelio (Juan 17, 11b-19), que se desarrolla a lo largo de una decena de versículos, es enteramente una oración de Jesús.
«Padre Santo, mantén unidos a mis discípulos en tu nombre, el nombre que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Cuando estaba con ellos, los mantenía unidos en tu nombre, el nombre que me diste. Velé por ellos, y no se perdió ni uno, salvo el que va a la ruina, para que se cumpla la Escritura.
«Y ahora que he venido a ti, hablo al mundo para que tengan mi alegría en ellos y se llenen de ella. Les di tu palabra, y el mundo los odió porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo.
«Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico, para que también ellos sean santificados en la verdad.”
No es -al menos no directamente- una enseñanza de Jesús a sus discípulos, sino una oración de Jesús a Dios, su Padre. Nuestro Evangelio comienza de la siguiente manera: “En aquel tiempo, mirando al cielo, Jesús oraba así: Padre Santo…” Un poco más adelante, Jesús dice: “Y ahora que vengo a ti, hablo así…”
¿De quién habla Jesús a su Padre? La respuesta es clara. A lo largo de su oración, Jesús habla de sus discípulos: “Padre, mantén unidos a mis discípulos”, “cuando estaba con ellos, velaba por ellos”, “les di tu palabra”, “no ruego que los quites del mundo”, “santifícalos en la verdad”.
¿De qué habla Jesús con su Padre? Para responder a esta pregunta, he llevado a cabo una pequeña investigación léxica, tratando de identificar las palabras recurrentes, las que aparecen más a menudo en boca de Jesús. Las tomaré en el orden del texto. Son “nombre” (cuatro veces), “mundo” (ocho veces) y “verdad” (tres veces).
El “nombre”
Jesús pide: “Mantén unidos a mis discípulos en tu nombre, el nombre que me diste”. Un proverbio ruandés dice muy acertadamente que “el nombre es la persona”. Jesús habla en nombre de Dios, y es en nombre de Jesús que los discípulos pueden realizar curaciones. En la oración del “Padre nuestro”, la primera petición que hacemos es “santificado sea tu nombre”.
Nuestra oración cristiana se introduce con la fórmula: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. En los mandamientos de Dios, el segundo -después del del amor- es éste: “No pronunciarás el nombre de Dios sino con reverencia”. Durante varios años, colaboré en la publicación de una revista sobre la vida religiosa, cuyo título es revelador de su misión: “En Su Nombre”.
El “mundo”
Esta es la palabra que más se utiliza en nuestro pasaje del Evangelio. Jesús declara que no pertenece al mundo, pero no ruega a Dios que saque a sus discípulos del mundo. Igual que Dios envió a Jesús al mundo, Jesús envía a sus discípulos al mundo. En el Evangelio, el mundo tiene un sentido positivo y otro negativo. La misión de Jesús se refiere al mundo: “Vayan por todo el mundo y háganlos discípulos”. Sin embargo, Jesús advierte a sus discípulos contra las actitudes y comportamientos mundanos. Siguiendo las huellas de Jesús, sus discípulos también deben ser la luz del mundo.
La “verdad”
La última parte de la oración de Jesús habla de la “verdad”: “Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad”. Jesús se presentó como el camino, la verdad y la vida. Aunque “decir la verdad” es uno de los mandamientos de Dios, el llamado a “ser verdaderos” es central en la vida cristiana. Jesús envía a sus discípulos al mundo y reza para que también ellos sean santificados en la verdad. La verdad va más allá del orden de las palabras para envolver todo nuestro ser. La santidad está en el vínculo entre el decir y el hacer, entre la profesión de fe y la acción caritativa.
Que nuestra oración, formulada en nombre de Jesús, se abra a las necesidades del mundo y nos santifique en la verdad.
ACERCA DE YVON POMERLEAU
Después de más de treinta años como misionero en Ruanda, donde vivió la violencia del genocidio, y como asesor del Superior de la Orden de Predicadores en Roma, fue prior provincial de los Dominicos de Canadá de 2002 a 2010. Amante de la naturaleza y del otro, Yvon participa, entre otras cosas, en el desarrollo del Hogar del Mundo, un refugio para solicitantes de asilo y refugiados en Montreal.
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