ENTREVISTAS

“Los niños de la calle no son un peligro, son víctimas”

photo Miriam Castro

Par Miriam Castro

ENTREVISTAS

5 junio 2024

En la foto : Jorge y los niños en el taller de la granja del Hogar CIMA

Casado y con dos hijos, Jorge Luis Saavedra es director general del Hogar CIMA (Centro de integración para menores abandonados) en Perú, donde trabaja incansablemente para ayudar a niños y jóvenes con problemas o que han vivido en la calle, donde están expuestos a todo tipo de peligros, para que regresen con sus familias y logren reinsertarse en la sociedad.

 Originario de Arequipa, una ciudad al sur del Perú, Jorge Luis es el mayor de una familia de cuatro hijos. El trabajo de su padre lleva a la familia a conocer distintas partes del Peru, pero es en Lima donde Jorge Luis pasa la mayor parte de su infancia. A los 13 años, conoce al padre Eusebio Menard cuando realizaba un retiro espiritual en la casa de retiros “Villa La Paz”, entonces conocida como “El Oasis”. El padre Ménard “era una persona muy carismática. Me regaló su libro ‘A cualquier hora’, el cual marcó mi vida”.

Al cumplir 16 años, Jorge Luis decide entrar a la Sociedad de los Misioneros de los Santos Apóstoles (M.Ss.A.). “Viví 16 años dentro de la comunidad. Estudié filosofía en Lima y teología en Bogotá, en la Universidad Javeriana. Terminé mis estudios en 1986 y regresé al Perú”. Al llegar, la congregacion le pide asumir la responsabilidad del Santuario de la Santísima Trinidad, situado en el centro de Lima, y del Colegio Winnetka, en Chaclacayo. En ese momento, el país estaba sumergido en una crisis económica y social causada por Sendero Luminoso. La gente emigraba a las ciudades huyendo de la violencia del terrorismo. Así, muchos niños comenzaron a vivir solos en las calles de Lima.

 

Todos los días iba del centro de Lima hasta Chaclacayo, recorriendo más de 25 kilómetros. Veía a niños durmiendo o deambulando en el Parque Universitario y en la Plaza San Martín. Al mediodia, estos mismos niños robaban a quienes trabajaban en las oficinas para poder comer. Esta situación me preocupaba y entristecía enormemente. En ese tiempo, no existía ningún programa de ayuda para niños de la calle.

 

Existían albergues para huérfanos, no para niños de la calle. Tampoco existía el Ministerio de la Mujer, que hoy en día protege a las poblaciones vulnerables. Durante las noches, la situación era mucho mas difícil y los niños interactuaban con ladrones, prostitutas, vagos y drogadictos. Muchos inhalaban Terokal[1] para no sentir hambre ni miedo ni frío. En Lima casi no llueve, pero hay una humedad elevada. Los inviernos son crudos. Para poder dormir, los niños se cubrían con periódicos y bolsas, se juntaban dos o tres para darse calor.

Una noche, ocurrió una tragedia que conmocionó a la opinión pública. El cuerpo de un pequeño lustrabotas aparece en la Plaza San Martín. Este niño vivia en la calle y, para protegerse de la llovizna, se metió bajo una plataforma debajo de un farol. Muere electrocutado y calcinado. El gobierno decide entonces fundar la “Casa de los Petisos”, para acoger y ayudar a los niños de la calle. Sin embargo, la metodología de este lugar no funciona pues se los llevaban a la fuerza con ayuda de la policía. Evidentemente, los niños terminaban escapando de ese lugar pues los “encierran” contra su voluntad.

 

Los inicios del Hogar CIMA

 

Jorge Luis conoce a Jean-Louis Lebel, quien más tarde fundaría el Hogar CIMA, cuando éste era un misionero laico en la Ciudad de los Niños, una casa hogar para niños situado al sur de Lima. Jean-Louis, un profesor de educación física en Quebec, también había conocido al padre Eusebio Ménard durante sus estudios en el Colegio Saint-Jean Vianney de Montreal. Al término de su voluntariado, Jean-Louis decide irse a Cuzco y a Brasil. “Yo estaba encargado de la Casa Emaús, en el centro de Lima. Cuando Jean-Louis regresa, nos reunimos y comenzamos a hablar de qué podríamos hacer para ayudar a los niños de la calle. Jean-Louis comenzó a salir a las calles todas las noches para encontrarlos. Su idea era escucharlos y conocerlos. Permanecía durante las noches en la calle y comenzó a vivir todo lo que vivían los chicos. Poco a poco fue ganando su confianza. Los chicos le llamaban hermano, extranjero e incluso padre”.

Así pasaron meses, hasta que un día los mismos chicos dicen a Jean-Louis: “queremos que tú nos saques de la calle”. Con estas palabras inicia la historia del Hogar CIMA. Inmediatamente, es alquilado un piso para ocho personas, en el cual terminaron entrando treinta. Luego de un tiempo, “los vecinos nos hicieron ver que éste no era un lugar óptimo para lo que estábamos haciendo”.

Afortunadamente, Consuelo Vargas, una profesora jubilada que enseñaba a los niños de forma voluntaria, habla con el ingeniero Federico Jancke. “Al principio, él no quería saber nada de los niños de la calle pues éstos le robaban y arañaban su carro cada vez que iba al centro de Lima. Pero Consuelo fue perseverante y consiguió que él fuera a ver a los niños”. Conmovido, el señor Jancke decide donar un terreno en las afueras de Lima para que fuera construido el futuro Hogar CIMA.

El terreno tenía dos hectáreas y un pozo de agua de más de 18 metros de profundidad. Se encontraba en una zona rural, cruzando un río. Era perfecto. Con ayuda de diversas instituciones canadienses como la Fundación Padre Ménard, la Fundación Roncalli y el Club 2/3, se construyeron las instalaciones. Al cabo de tres años, fueron terminados los dormitorios, la cocina, los talleres y las oficinas.

 

Servir a Dios de otra manera

 

Mientras tanto, Jorge Luis asume la representación legal de los misioneros en el Perú y la dirección de la casa de retiros “Villa La Paz”. Después de un tiempo, fue nombrado responsable de la parroquia de Ricardo Palma, la cual tenía bajo su responsabilidad 45 pueblos. Mas tarde, fue nombrado director del Hogar San Pedro. Para Jorge Luis, todas estas experiencias fueron difíciles, pero muy enriquecedoras, sobre todo esta última.

 

A veces iba con el padre Ménard a recoger enfermos en las calles. A pesar de sus múltiples responsabilidades, él mismo los atendía, les daba de comer. Me decía: ‘Ellos son mis hermanos, a veces me escapo para estar con ellos’. Esas palabras no las puedo olvidar. Se me hace un nudo en la garganta cada vez que lo recuerdo. En mi vida, su presencia es continua. No sé como explicarlo, pero para mí él no se ha ido.

 

Durante años, Jorge Luis vivió un intenso ritmo de vida. A veces, en un mismo día, tenía que estar en dos lugares alejados entre sí. Pasaron años sin que pudiera tomar un descanso. “Un dia, casi muero. Eran las 4:00 am y yo manejaba rumbo a un pueblo del distrito de Santa Eulalia, ubicado a más de 4 000 metros de altitud. Casi no había dormido y estaba retrasado. Por un momento, cerré los ojos y me dormí. Estuve a punto de caer al vacío. Entonces me dije : ‘la vocación se lleva en el alma. Amo a Dios, amo a los misioneros, pero también amo estar vivo’.” En ese momento, decide salir de la comunidad.

Tiempo después, conoce a Pilar, una profesora de biología y química. Luego de cuatro años de noviazgo, deciden casarse. Tienen dos hijos: Jashua Luis Edmundo y Jorge Gabriel. Actualmente, Jashua está estudiando Ingeniería Empresarial y Jorge Gabriel estudia Medicina.

 

Durante la revisión de las tareas.

 

Antes de asumir la dirección del Hogar CIMA, Jorge Luis cursa la Licenciatura en Educación para el Desarrollo en la Universidad Católica y concluye una especialidad en Educación Inclusiva y para la diversidad. También fue docente de colegio y universidad, director de una Aldea Infantil SOS, capacitador social en el Ministerio de la Mujer y coordinador territorial de Tierra de Niños, instituciones que promueven y defienden los derechos de los niños, adolescentes y jóvenes.

Hace casi doce años, Jorge Luis regresó al Hogar CIMA para continuar una obra en la que había colaborado en sus inicios. Y su llegada fue providencial. Era urgente encontrar a alguien capacitado y con experiencia que pudiera tomar la dirección del centro, ya que Jean-Louis no se encontraba bien de salud y el entonces director estaba a punto de jubilarse.

Desde entonces, Jorge Luis trabaja para que esta obra sin fines de lucro continúe ayudando a que niños y jóvenes puedan retomar el control de sus vidas. Ahí, los chicos reciben el apoyo necesario para que regresen a la escuela, para que aprendan un oficio que les asegurará un empleo más tarde. Los niños tienen la posibilidad de asistir a talleres de informática, carpintería, herrería (soldadura), agricultura, ganadería (granja), apicultura, música, pintura, etc. El objetivo de estos talleres no es sólo educativo, también terapéutico. La base del modelo de CIMA es sencilla: actividades variadas y presión de grupo, dentro de un ambiente de amor, respeto y disciplina.

 

Un niño de la calle no es un peligro, él es una víctima de situaciones de violencia en su familia y/o en su entorno. Si empiezas a escucharlo con respeto, poco a poco vuelve a confiar. Un día, te das cuenta de que comienza a sonreír, a jugar, a hacer travesuras, a ser él mismo.

 

La situación del Hogar CIMA no es fácil. Hay benefactores peruanos y extranjeros que han anunciado que se retiran, algunos debido a su edad avanzada y otros debido a la complicada situación económica actual. “Con el paso de los años he comprendido que el Hogar CIMA no es una obra de hombres, es una obra de Dios. Nosotros estamos ahora aquí, otros seguirán pese a las dificultades. Estoy seguro de que van a haber más ángeles que nos ayudarán a que esta obra continúe”.

 

Nota :

 

[1] Pegamento sintético altamente adictivo. Su consumo produce alteraciones del lenguaje, debilidad muscular, oscilación involuntaria de los ojos, delirios y alucinaciones con conductas violentas.

 

ACERCA DE MIRIAM CASTRO

Apasionada de los viajes y la cultura, Miriam decide establecerse en Quebec y finaliza una Maestría en Comunicación por la UQAM, mientras dirige la Fundación Père-Ménard. Cuando no está corriendo para hacer su meditación en movimiento, Miriam gusta de leer un buen libro, mirar series o compartir una buena comida con las personas que ama.

 

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.

 

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