ENTREVISTAS

Jovita Vásquez, una mujer Shipiba que rompe con estereotipos sociales

photo Miriam Castro

Par Miriam Castro

ENTREVISTAS

6 noviembre 2024

Foto por Miriam Castro

Jovita es originaria de la Amazonia peruana. Sus ganas de aprender, el amor por la enseñanza y el orgullo de ser indígena, la motivan a trabajar duro y romper estereotipos de clase, raza y género. En entrevista, relata de qué manera su esfuerzo ha dado frutos al convertirse en la primera mujer de la etnia Shipibo-Konibo en ser nombrada directora de la Filial de la Universidad Católica Sedes Sapientiae en Atalaya, Perú, más conocida como el Nopoki.

“He nacido en una comunidad nativa pequeña y muy alejada de la ciudad, donde la naturaleza te rodea. Mi niñez fue muy bonita, con mis abuelos, mis padres, mis hermanos.” Jovita Vásquez Balarezo nació en Fernando Stahl[1], una comunidad que agrupa treinta familias y que está ubicada en el distrito de Tahuanía, provincia de Atalaya. Si uno parte de Atalaya, llegar a este lugar puede tomar ocho a diez horas o dos días, dependiendo si uno ha tomado una lancha rápida o el transporte público fluvial sobre el río Ucayali.

 

Desde niña entendí la importancia de la ayuda comunitaria, de la solidaridad. Que nosotros como seres humanos nos necesitamos para existir en el mundo. El pueblo vecino se llama Nuevo Paraíso y está habitado por indígenas Asháninka. Nuestras culturas son bien diferentes, pero nos ayudamos y apoyamos. Por ejemplo, mi mamá hace unos cántaros preciosos y, para poder terminarlos, necesita de las mujeres Asháninka que tienen ciertos materiales, como el lacre[2].

 

El reto de querer estudiar

 

En la comunidad vecina de Nuevo Paraíso, había una escuela inicial y una primaria. “Cuando tenía cinco años, yo solamente hablaba mi lengua materna, el shipibo konibo. Mi profesora hablaba únicamente español y pues hacía de todo para enseñarnos: cantos, bailes, mímica. Y pues, uno hacía el esfuerzo de aprender, aunque era bastante difícil.” Al pasar a cuarto año de primaria, Jovita tuvo un profesor bilingüe que hablaba español y shipibo. Sin embargo, él enseñaba únicamente en español, pues no contaba con un método apropiado a su cultura.

Al terminar la primaria, Jovita deseaba seguir estudiando, pero todavía no había sido construido un colegio secundario. La única alternativa era irse a otra comunidad situada a seis horas en bote. Al conversar con su papá, este le dijo que ya no la iba a apoyar porque, de acuerdo con su cultura, el rol de la mujer Shipibo era tener familia, cultivar la tierra y dedicarse a su hogar. Para él, solamente los hombres podían estudiar. Afortunadamente, una de sus hermanas mayores ya había tenido la oportunidad de ir a Pucallpa, capital de la región. “Yo seguía con muchas ganas de estudiar, entonces mi hermana habló con mi papá y le dijo que una conocida suya me dejaría vivir en su casa, en esa ciudad, con la condición de que tenía que ayudar en el hogar. Esta fue una gran oportunidad para mí, aunque no fue fácil.”

Con sólo trece años, Jovita tuvo que adaptarse a un ritmo de vida muy diferente, pues estaba decidida a estudiar y alcanzar su meta de tener una profesión. La discriminación, el estrés, la falta de tiempo y de dinero, así como la soledad y la angustia que se vive en las ciudades son algunos de los problemas que enfrentan quienes emigran de las comunidades nativas. A diferencia de las sociedades modernas que viven una individualización cada vez mayor, en las comunidades indígenas prevalece el sentido comunitario de la vida y la conexión con la tierra y el universo, el valor de la familia y de la comunidad.

Desgraciadamente, luego de terminar la secundaria, Jovita tuvo que regresar a su comunidad. A pesar de haber sido aceptada en un instituto pedagógico, sólo pudo cursar un semestre, pues lo que ganaba cuidando a una anciana no era suficiente para pagar el alquiler, los pasajes, la comida y los estudios.

 

Vuelvo a mi comunidad y empiezo a trabajar con un grupo de mamás que hacen artesanía, mi mamá era la presidenta. Yo sé hacer collares y bordados. No sé si todas vieron en mí a una líder, pero quisieron que las representara. Eso me daba un poco de miedo, nunca había hecho algo así, pero acepté. Una organización en Pucallpa compraba las artesanías, entonces yo debía llevarlas, negociar y organizar los pagos. Me gustaba lo que hacía, sobre todo cuando las mamas recibían su dinero: se alegraban mucho y se sentían útiles.

 

Sin embargo, aunque habían pasado seis años desde que había dejado de estudiar, su deseo de convertirse en profesora seguía vivo. En ese momento empieza a circular la noticia de que un centro de educación superior será creado por el obispo del vicariato de San Ramón en Atalaya. En 2005, Jovita se entera de que han abierto las inscripciones para entrar. No se lo pensó dos veces y decide dejar su trabajo con el grupo de madres y regresar a la ciudad.

 

El milagro del Nopoki

 

Nopoki (que se traduce como “estoy aquí”) es el sueño de los pueblos indígenas hecho realidad. Se trata de una universidad intercultural bilingüe creada en 2004 en medio de la Selva Amazónica del Perú. Ha sido Monseñor Gerardo Zerdín, un misionero franciscano de nacionalidad croata que llegó a la selva hace cuarenta años, quien puso en marcha este gran proyecto educativo, en estrecha colaboración con la Universidad Católica Sedes Sapientaie (UCSS), para que los indígenas de todo el país pudieran tener acceso a estudios superiores y convertirse en promotores de desarrollo en sus comunidades.

Actualmente, la sede es frecuentada por más de 900 jóvenes provenientes de los pueblos Asháninka, Awajún, Shipibo-Konibo, Yanesha, Yine y Kakinte, entre otros, y cuenta con cuatro programas de estudio: Educación básica bilingüe intercultural, Administración, Contabilidad e Ingeniería agraria con mención forestal.

Jovita aún recuerda su encuentro con Monseñor Zerdín: “Éramos cuatro jóvenes, yo era la única mujer. Monseñor hablaba en shipibo y nos preguntó de donde éramos. Le dije que yo lo había visto de chiquita en mi comunidad y que necesitaba una oportunidad para estudiar”. Y esa ocasión llegó como una beca y la posibilidad de vivir en un albergue para estudiantes. Gracias a esto, Jovita fue parte de la primera generación de egresados en Educación básica bilingüe intercultural de la UCSS de Nopoki, cuyo eje de enseñanza se hace con respeto hacia la cosmovisión y la realidad de los pueblos originarios.

Años más tarde, sería también la primera mujer en sustentar su tesis de Maestría[3] en lengua shipibo-konibo, para obtener el grado de Maestra en Doctrina Social de la Iglesia en 2018.

 

Esta tesis habla de mí. Me dijeron que las mujeres, sobre todo las mujeres indígenas y de bajos recursos económicos, no podemos estudiar ni sobresalir, únicamente podemos tener una familia, nada más. Esas son tres cosas que muchas veces nos impiden avanzar y nos mantienen atrapadas. Hay que romper esas barreras, ese machismo que todavía existe dentro y fuera de las comunidades. Esa es mi gran motivación para luchar todos los días.

 

Foto tomada durante la visita de Alas de esperanza y la Fundación Padre Ménard a la comunidad Fernando Stahl. De derecha a izquierda: Ángel Huamán, ingeniero de Alas de esperanza, Jovita Vasquez y el jefe del pueblo.

 

Además de apoyar a sus sobrinos para que puedan continuar estudiando, Jovita ha hecho posible que la organización Alas de Esperanza visite la comunidad Fernando Stahl para ver la posibilidad de construir sistema de captación y distribución de agua potable con el fin de mejorar la calidad de vida de las familias. Este proyecto de agua será realizado en 2025 y contará igualmente con la ayuda financiera de la Fundación Padre Ménard.

Jovita concluye con estas palabras: “Dios nos guía en esta vida. Él ha puesto en mi camino a personas correctas que me han ayudado a construirme para que pueda ayudar a las personas que amo. Esto me permite entregar lo que soy con el trabajo diario que realizo con mi familia y con las personas de mi entorno. Servir a los demás con amor y cariño es mi gran satisfacción. Creo que lo que he demostrado como mujer indígena ha sensibilizado a muchos padres de familia de mi cultura, pues ya confían en sus hijas y ellos mismos las animan a estudiar una carrera profesional.”

 

Notas:

 

[1] Fernando Stahl (1874-1950) y su esposa Ana, fueron una pareja de norteamericanos que sirvieron como misioneros para ayudar a los pueblos indígenas de Bolivia y Perú. Su ministerio estaba basado en el ejemplo de Jesús: sanar, educar y predicar. ˂https://www.clinicaanastahl.org.pe/nosotros/nuestra-historia˃ En línea.

[2] El lacre es una pasta sólida, compuesta de goma laca y trementina con añadidura de bermellón o de otro color, que se emplea derretido para sellar cartas y otros recipientes.

[3] Tesis: “Formación Profesional y Desarrollo de La Mujer Indígena en La UCSS–Nopoki”. Documento en español. ˂https://repositorio.ucss.edu.pe/handle/20.500.14095/785?locale-attribute=es˃ En línea.

 

ACERCA DE MIRIAM CASTRO

Apasionada de los viajes y la cultura, Miriam decide establecerse en Quebec y finaliza una Maestría en Comunicación por la UQAM, mientras dirige la Fundación Père-Ménard. Cuando no está corriendo para hacer su meditación en movimiento, Miriam gusta de leer un buen libro, mirar series o compartir una buena comida con las personas que ama.

 

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.

 

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