ENTREVISTAS

Jean-Braconin Kasiama: “Nadie es feliz estando solo”

photo Renée Thivierge

Par Renée Thivierge

ENTREVISTAS

2 septiembre 2020

Un encuentro con el padre Jean-Braconin Kasiama (Padre Jean), y literalmente te enamoras de Mukoko, el pequeño pueblo congoleño donde nació. Terminó sus estudios primarios y secundarios en este pueblo, luego la ayuda económica de bienhechores le permitió convertirse en misionero de los Santos Apóstoles. Él sólamente hace su parte para ayudar a cubrir las necesidades urgentes de los habitantes de su pueblo natal.

 

Situado a unos 600 kilómetros de Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, y a 60 kilómetros de Idiofa, uno llega a Mukoko por medio de un camino arenoso. Los habitantes viven de la agricultura y cultivan entre otras cosas la yuca. Allí no hay electricidad, ni agua potable, ni industria ni maquinaria.

Pero los habitantes son ingeniosos y hábiles i y saben cómo utilizar los recursos naturales para satisfacer sus necesidades diarias. “De hecho, me explica, se conforman con lo que tienen. Por ejemplo, cuando era joven, solía ir al campo con mi papá. Él sabía cómo obtener el aceite necesario para elaborar vino de palma, el clima tropical favorece su cultivo. Mi papá recogia este aceite por la mañana y el dinero que obtenía de la venta se utilizaba para pagar mis estudios”.

Desde 2015, el padre Jean se ha asociado con la Fundación Père-Ménard para financiar proyectos que buscan mejorar la calidad de vida de los habitantes de Mukoko. “Gracias a la Fundación, explica el Padre Jean, fue posible que los jóvenes carpinteros del lugar fabricaran camas para los enfermos del Centro de Salud. Antes, los enfermos dormian sobre tapetes. También fueron instalados paneles solares para obtener luz artificial, así como una galería con canaletas para proteger el edificio, junto con algunas letrinas”.

 

El padre Jean delante del Centro de Salud y Maternidad de Mukoko

 

En las escuelas, se han comenzado a dar becas a niñas cuyos estudios suelen ser descuidados por los padres. “También hemos fabricado pupitres para evitar que los niños tuvieran que sentarse en el suelo, realizado la distribución de uniformes y máquinas de coser, así como paneles solares para que los alumnos pudieran estudiar hasta tarde, antes de regresar a sus casas”.

Todo esto se complementa con una campaña de educación para madres y niños, así como cursos de capacitación para enseñar a los aldeanos cómo administrar sus propiedades de manera efectiva.

La falta de recursos, un peligro perpetuo

 

En Mukoko, como en muchas otras aldeas africanas, las necesidades no resumen a la falta de agua o electricidad. La falta de medios se convierte en una perpetua situación de peligro que amenaza a los habitantes. Sin mencionar que los médicos viven a unos 60 kilómetros del Centro de Salud.

 

Si una mujer a punto de parir tiene que caminar 60 kilómetros para dar a luz en el hospital, arriesga su vida y la de su hijo. Y si no tiene los dispositivos necesarios para una transfusión, el resultado puede ser fatal. Recuerdo haber celebrado una misa por un niño que murió por falta de una transfusión. Me sentí tan miserable. Me dije a mí mismo que si hubiéramos tenido los medios necesarios, él no habría muerto.

Jean Braconin

 

También hay problemas de desnutrición, mortalidad infantil, analfabetismo, desempleo. El padre Jean menciona la constitución de una asociación de campesinos locales, la Unión pour el Desarrollo de Mukoko (UDM), que trabaja de forma ardua y activa para tratar de resolver los problemas del pueblo y proponer soluciones.

 

¿Y la felicidad?

 

El padre Jean es actualmente cura de la Parroquia Saint-Gilbert en Saint-Léonard. ¿Cómo ve el contraste entre la sociedad de consumo norteamericana en la que vive y este remoto pueblo del que habla con tanto respeto y amor? “Ciertamente”, explica, “un niño nacido en Canadá tendría dificultades para entender cómo otro niño tendría que caminar descalzo sobre la arena en el calor del mediodía de un clima tropical. También es difícil imaginar que una mujer en trabajo de parto no tenga una ambulancia y tenga que ser llevada en camilla al hospital. Sí, hay felicidad en Mukoko. Veo la sonrisa en los labios de los niños, la importancia de la familia, el ambiente. Pero hay que hacer más”.

 

“Veo las sonrisas de los ninos, la importancia de la familia, el ambiente. Pero, hay que hacer mas.”

 

Cada año en el mes de agosto, el padre Jean reserva sus vacaciones para regresar a Mukoko y ver el progreso de los proyectos en curso de realización, así como evaluar las necesidades más urgentes. Cuando regresa a Canadá, dedica buena parte de su tiempo a hablar con sus feligreses, amigos y conocidos de la necesidad de compartir con los más necesitados.

“Cuando veo a la gente aquí desperdiciando, tirando comida o simplemente quejándose, me digo que no conocen otras realidades. Si fueran a Mukoko, volverían transformados. Verían la vida de manera diferente, desperdiciarían menos. Con sólo un billete de diez dólares, salvarían vidas humanas”. Compartir es, por tanto, para él la respuesta y la solución contra la desigualdad de las dos sociedades que mejor conoce. “Al final del día”, concluye, “nadie es feliz estando solo”.

 

ACERCA DE RENÉE THIVIERGE

Periodista, escritora, traductora y dramaturga, Renée siempre ha estado interesada en la filosofía y la espiritualidad. La belleza y el ser humano son sus mejores fuentes de inspiración y cree apasionadamente en el poder de las palabras para teñir con poesía los límites de un mundo a menudo superficial y mediático.

 

Texto traducido al español por Sandra Ortega, en el marco del programa Forjando Líderes Comunitarios, de la Fundación CEILI, A.C. #SoyLíderFunCeili

 

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