Foto de Laurence Gagnon
Khalil Gibran nació en un pequeño pueblo libanés a finales del siglo XIX y pasó gran parte de su vida en Estados Unidos. Artista y hombre de letras con un bagaje espiritual, publicó El Profeta en inglés en 1923. Esta obra de prosa poética reflexiona sobre cuestiones centrales de la existencia humana, desde las más banales hasta las más filosóficas.
Libro y autor inclasificables que gozaron de gran éxito, El Profeta y Gibran fueron sin embargo rechazados por el mundo literario y las grandes universidades tras la muerte del autor. Sólo en los años sesenta”, escribe Amin Maalouf en su prefacio a la edición de 1997, los movimientos estudiantiles y las universidades de Francia y Estados Unidos se apoderaron del libro como un “manifiesto liberador” (p. 13). Como la República de Platón, el libro reúne las reflexiones proféticas de Almustafa sobre cuestiones filosóficas, espirituales y emocionales.
El escenario es el siguiente: Almustafa, un viajero solitario, pasa doce años viviendo en una colina que domina la ciudad de Orphalese, esperando el barco que le llevará a casa. Cuando el barco aparece en el horizonte, Almustafa baja de la colina y entra en la ciudad. Los habitantes de Orfalesa quieren oírle hablar antes de que se marche. Ante un auditorio compuesto por una profetisa, campesinos, maestros, amas de casa, niños y abogados, se deja interrogar sobre conceptos, que no define, pero cuyo lugar y significado profundo en su relación con la humanidad y la existencia extrae.
Una relación de reciprocidad
Al no tratarse realmente de una novela, el libro de Gibran se beneficia de un marco narrativo mínimo, que deja mucho espacio para el despliegue de las reflexiones. Almustafa actúa menos como personaje que como portavoz, presentando una forma de ver la existencia que considera la cuestión del equilibrio. Para ilustrarlo, aborda la cuestión de la alegría y la tristeza:
En realidad, como las básculas, estás suspendido entre tu tristeza y tu alegría. Sólo cuando estás vacío, estás quieto y en equilibrio.
(p. 46)
Por tanto, debemos reconocer que estas dos emociones dependen la una de la otra y que siempre nos inclinamos hacia una u otra, sin que su opuesto haya desaparecido por completo. Del mismo modo, Almustafa trata ciertos conceptos de dos en dos: crimen y castigo, bien y mal… Los presenta como intrínsecamente relacionados y siempre recíprocos: todo se encuentra en su contrario y no puede existir sin él. Así, el mal depende del bien y sólo existe en relación con él: “En verdad, cuando el bien tiene hambre, busca su alimento incluso en oscuros subterráneos, y cuando tiene sed, bebe incluso de aguas muertas”. (p. 82)
En otras palabras, lo que es bueno tiene algo de malo, y viceversa. El autor nos invita a reconsiderar la tendencia que tenemos, como seres humanos, a ver las cosas en términos polarizados: nada es realmente blanco o negro, sino una mezcla de ambos.
Unidos en el infinito
Almustafa insta a los habitantes de Orfalesa a pensar en los conceptos como algo que no puede cuantificarse y cuya vastedad es aparentemente infinita. Utiliza en varias ocasiones la metáfora del mar para ilustrar su punto de vista: una inmensidad que fluye libremente entre dos orillas, sin dirección precisa, de forma relativamente libre.
Así define también Almustafa el “yo divino”, un mar infinito que no se puede medir, que es puro e inmaculado. Para él, pues, hay una versión de nosotros, nuestra esencia, que existe fuera de nuestra relación con el mundo: una versión intemporal de nosotros que capta la intemporalidad de la vida; una versión de nosotros que conocemos en el pensamiento antes de poder conocernos a nosotros mismos en palabras; una versión de nosotros que sabe que “la” verdad no existe, pero que podemos captar “una” verdad.
Desde el punto de vista de un océano, una masa sin forma y libre que une las orillas, Almustafa considera que la religión en sí toca todas las partes de la existencia humana. Si la oración es la expansión de nuestro ser en el «éter viviente» (p. 85) -en el mundo-, la religión se encuentra en nuestros pensamientos y acciones: fe, pensamientos y actos son inseparables de la religión, independientemente de su denominación. La religión, de hecho, es nuestro vínculo espiritual con el mundo que nos rodea, pero también con nuestro pasado, nuestro futuro, la vida y la muerte.
Almustafa tiene que llevar el barco a casa, es inevitable. Deja su palabra como regalo al pueblo de Orfalese, pero pretende marcharse con un poco de su sabiduría; su relación con ellos es recíproca, como el sentimiento que recorre todo el libro. Aunque el pueblo de Orfalese le bendice por su palabra, Almustafa sigue siendo modesto:
Lo único que hago por ustedes es poner en palabras lo que ustedes mismos saben en sus propias mentes.
(p. 106)
Con palabras llenas de sabiduría y poesía, Almustafa –y a través de él Khalil Gibran– propone otra forma de navegar por la vida y sus conceptos, basada en el conocimiento que ya poseemos, en lo más profundo de nosotros mismos. El Profeta aboga por la aceptación de todo lo que la vida es, en todos sus aspectos, favoreciendo un enfoque lleno de serenidad y compasión.
ACERCA DE LAURENCE GAGNON
A Laurence siempre le ha apasionado la literatura. Maestra en lengua y literatura francesas por la Universidad McGill, le interesa lo que los textos literarios pueden decir sobre el ser humano y su relación con el mundo. Curiosa por naturaleza, Laurence disfruta aprendiendo sobre diferentes culturas, su modo de ver la espiritualidad y sus relaciones con la comunidad. Sus pasatiempos van desde caminar por el bosque hasta el cine japonés, la literatura de las Primeras Naciones y la música clásica.
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