ARTÍCULOS

Con el Príncipe de la paz

Christian Rodembourg

Par Christian Rodembourg

ARTÍCULOS

8 febrero 2023

Foto por 1971yes / iStock

Con bastante regularidad, en las cadenas de televisión se emiten historias de éxito que nos ofrecen relatos sensacionales de dinastías familiares.

En la prensa internacional, varias revistas especializadas presentan, de semana en semana, las aventuras de diversas monarquías del mundo, así como la vida de varios jefes de Estado o de los llamados personajes públicos de todos los ámbitos.

En el corazón del Nuevo Testamento, en más de cien ocasiones, podemos leer en los Evangelios una u otra expresión que alude a la noción de realeza o de reino de una u otra manera. Pero, ¿de qué tipo de realeza estamos hablando en relación con lo que conocemos en el mundo real de la vida política actual?

Lo sorprendente e interesante es que los Evangelios no tienen connotaciones de poder, riqueza o privilegio. Al contrario, evocan nociones de servicio, justicia, perdón, amor, paz y fraternidad.

En el centro y el corazón del pueblo de Dios, en el centro y el corazón de la historia humana y de la familia humana, encontramos a Jesucristo. Él es el unificador, mucho más allá del espíritu del mundo que nos rodea, porque a Dios le agrado habitar en él con toda su plenitud y, por medio del Cristo, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz (Col 1,19-20).

Lo motivador y emocionante es que Jesús nos llama a esta labor de unificación. Él cuenta con que cada discípulo sea artesano de unidad, justicia, paz y reconciliación, hoy y todos los días que nos han sido dados.

 

El trono de Jesús no se parece en nada a los tronos de reyes, faraones, emperadores o presidentes de la historia del mundo. Su trono es una cruz de madera. La corona de Jesús no tiene igual en los palacios. Está hecha de espinas. Los guardaespaldas de Jesús no llevan armas. Son dos criminales de poca monta. La coronación de Jesús no es como cualquier otra celebración fastuosa de este mundo. Fue una crucifixión.

 

Encima de la cruz había un letrero vulgar que anunciaba a los espectadores, en las tres lenguas internacionales de la época, griego, latín y hebreo: Este es Jesús, el Rey de los judíos (Mt 27,37). Así, todo el mundo podía saberlo.

Durante estos acontecimientos, se produce un momento clave cuando, de forma extraordinaria, uno de los dos ladrones forajidos, en actitud de total abandono, proclama su fe: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino (Lc 23,42).

Mientras este ladrón agoniza y su vida parece un fracaso total, en el último momento, ¡este ladrón se cuela en el Cielo con Jesús! He aquí una especie de “ladrón profesional del cielo”, del más alto rango, podría decirse que con un toque de humor. Y, además, Jesús le responde: “Amén, te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43).

¿Qué significa esto para nosotros hoy? La misericordia divina es inmensa. Lo que llama la atención es la fe audaz de este ladrón, que se ha convertido en nuestras expresiones populares en un buen ladrón, que reconoce y proclama que Cristo es el camino de la vida, el camino de la esperanza, el camino del perdón, el camino de la curación, el camino del amor, el camino de la paz.

En el Cielo, en el corazón de Dios, se da cabida a los más pequeños de nuestra humanidad: los pobres, los rechazados, los ignorados, los perseguidos, los heridos de la vida. La lista es larga.

Cada vez que nos preocupamos por los más pequeños, el Reino de Dios ya está en marcha. Los nuevos cielos y la tierra nueva comienzan a desplegarse en nuestra vida cotidiana. ¡La paz de Dios viene a nosotros! Esta paz de Dios llega cuando trabajamos por nuestro crecimiento humano, relacional y espiritual en nuestra vida personal.

 

Esta paz de Dios:

 

– Se da en nuestra vida de pareja y de familia cuando un padre o una madre consuela o reconforta a su hijo que está pasando por un momento difícil en su joven vida de adolescente.

– Se da en el mundo cuando nuestros brazos, manos y pies se comprometen generosamente a compartir bienes, talentos y fuerzas con los necesitados, o cuando nos implicamos concretamente en obras de caridad en nuestros barrios.

– Se realiza cuando nos interesamos por una mejor calidad de vida y por el respeto a todas las personas del planeta.

 

Convirtámonos, a nuestra medida, en un signo visible y significativo para nuestro mundo del Reino de Dios que se está construyendo a nuestro alrededor y dentro de nosotros, al igual que David, aquel humilde pastor de Israel que llegó a ser rey, y que fue capaz de unir los reinos del Norte y del Sur. No tengamos nunca miedo de pagar con nuestra vida y nuestro tiempo.

El Padre Eusèbe-Henri Ménard, ofm, insistió en que la humanidad entera nos necesita a cada uno de nosotros, dondequiera que estemos, únicos y, por tanto, insustituibles. ¿Qué esperas para asumir tu parte de corresponsabilidad?

 

Texto reproducido con la autorización del autor, publicado originalmente en mayo de 2022 en su colección de meditaciones Ravive en toi l’espérance pour la vie du monde, publicada por la diócesis de Saint-Hyacinthe.

 

ACERCA DE CHRISTIAN RODEMBOURG

Obispo de la Diócesis de Saint-Hyacinthe, Monseñor Christian es un hombre de acción que prefiere conocer al otro en lo concreto de la vida cotidiana, para vivir la misión pastoral en equipo, mujeres y hombres, laicos y sacerdotes, y crecer juntos en humanidad y espiritualidad.

 

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.

 

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