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Frankenstein, el moderno Prometeo

Par Sophie Archambault

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25 octubre 2023

Foto por Sophie Archambault

En 1818, Mary Shelley publicó lo que hoy se considera uno de los precursores de la ciencia ficción literaria. Al abordar los temas de la creación y el abandono a través de la filosofía, el poder del inconsciente y el horror, esta novela pone de relieve la sorprendente actualidad de una historia que advierte de los peligros del mal uso de la ciencia.

Durante una misión marina en el Polo Norte, el aventurero Robert Walter acoge en su barco a un superviviente llamado Victor Frankenstein, quien, debilitado y aterrorizado , cuenta sin embargo su historia. Mientras estudiaba filosofía en Ginebra, Frankenstein oyó hablar por primera vez del galvanismo. Ya fascinado por “los secretos físicos del mundo” (p. 45), esta nueva técnica despertó en él la idea de dar forma a la vida mediante el conocimiento científico. En un intento por evitar la muerte, acaba creando un ser horrible, un monstruo, a partir de cadáveres, del cual huye, abandonando su creación a su suerte.

El monstruo, aprendiendo a vivir por su cuenta y desarrollando emociones humanas, se enfrentará al sufrimiento del mundo, que sólo ve su aspecto físico como “demasiado horrible para pertenecer a la humanidad” (p. 98), ignorando aún más su deseo de pertenecer a la sociedad. Cuenta su dolorosa historia cuando se reencuentra con su “padre”, el Dr. Frankenstein. Este último, atrapado entre la culpa y el desprecio, acaba aborreciendo aún más al monstruo, desencadenando una serie de acontecimientos horribles que llevan a los dos personajes a una lucha sin fin. Esta novela, estructurada como una brillante caida al abismo, nos permite ver los acontecimientos desde el punto de vista del doctor y de su creación, y también del navegante, quien puede así conceptualizar la complejidad de la humanidad.

 

Los peligros de jugar a ser Dios

 

Impulsado por su deseo de desentrañar los secretos del mundo que le rodea, Victor Frankenstein otorga a un cuerpo inanimado una conciencia, cuya fórmula se niega a revelar. El doctor desarrolla tecnologías para controlar la naturaleza, lo que le convierte en un hombre-dios. Pero es este pecado de ego el que acabará conduciéndole a la perdición. A través de una ambición enfermiza que desafía las leyes de la física, su codicia filosófico-científica le convierte en

 

la primera persona que tendrá el honor de descubrir tan prodigioso secreto [del universo].

(p. 65)

 

De este modo, es capaz de interactuar con el mundo que cree controlar, para bien o para mal. Pero esta ilusión de control sobre el mundo que le rodea hace que el doctor sea codicioso y excesivamente ambicioso, lo que confiere a sus deseos un carácter omnipresente que los convierte en obsesión. De este modo, el monstruo, como criatura que inspira repugnancia por su horrible físico, se convierte en una representación externa de la inmoralidad de los deseos internos del doctor.

De hecho, el monstruo parece simbolizar la fantasía de un hombre-dios que comete un pecado de ego y que, en su aberración, se convierte en la fuente de los desórdenes sociales que están por venir y de las desgracias del doctor. Según Jean Chevalier y Alain Gheerbrant en su Diccionario de símbolos, el monstruo representa “una deformación enfermiza […]. Si los monstruos representan una amenaza exterior, también revelan un peligro interior: son como las formas horribles de un deseo pervertido”.[1]

La obsesión del doctor por convertirse en igual a Dios es tan enfermiza que abandona a su familia para dedicarse exclusivamente a su investigación de los secretos de la vida. No es de extrañar que “[el] entusiasmo de Frankenstein se viera reprimido por [su] ansiedad, pues [se] sentía más bien como un esclavo condenado a trabajar en las minas […]. Todas las noches le oprimía una fiebre lenta y se ponía nervioso hasta un grado doloroso”. (p. 70-71) Así, el deseo del médico de crear vida está marcado por la recurrencia de su carácter alienante, pero sobre todo mortificante, autodestructivo. Al desear inmoralmente crear vida con la ayuda de la ciencia, el doctor no hace sino determinar el resto de la narración; la muerte, el duelo, la culpa y el odio son los motores narrativos de esta obra, que adquiere su estructura a través de esta creación transgresora.

 

El posthumanismo

 

Los avances científicos del doctor le permiten crear vida, pero las posibilidades de tal vanguardismo esconden peligros, sobre todo el de conducir a la catástrofe e incluso a la deshumanización. Cegado por sus pasiones y el deseo de un conocimiento superior, el doctor, como bien afirma Yuval Noah Harari al hablar del posthumanismo en Homo deus,

 

[se] […] apoderará del viejo cuerpo Sapiens y reescribirá deliberadamente su código genético, recableará sus circuitos cerebrales, alterará su equilibrio bioquímico.[…].[2]

 

Al intentar crear un ser divino, el científico acaba creando un ser posthumano que parece más cercano a un ángel caído. La técnica empleada por el doctor Frankenstein no conduce a la creación de un ser semejante a su propia especie, sino a la aparición de un ser sobrehumano caracterizado por una hibridez intrínseca entre el humano aumentado y la infamia demoníaca, que en última instancia convierte sus capacidades posthumanas -inicialmente deseadas- en perturbadoras y monstruosas.

En efecto, el monstruo posee una velocidad sobrehumana, una fuerza que supera a la del hombre en todos los aspectos y una gran resistencia al frío. Pero también posee características que pueden reflejar un aspecto desevolutivo, a saber, la repugnancia de su cuerpo, que no es a imagen del hombre. A medio camino entre el hombre y la abyección, simboliza el cuestionamiento de la frontera, el límite que separa al hombre de lo que no es hombre, pero que en última instancia podría sustituirlo.

Al contar su historia al navegante, el doctor pretende poner de relieve los problemas que pueden plantear los avances científicos que conducen al posthumanismo, que distan mucho de ser siempre ventajosos para el ser humano y que, en última instancia, pueden conducir a su perdición. Por eso, el hombre de ciencia se niega a toda costa a revelar el secreto de la vida, porque no quiere “[…] arrastrar [al capitán], imprudente y ardiente como era [él mismo], hacia [su] infalible destrucción y [su] miseria”. (p. 66)

Sin embargo, Frankenstein o el moderno Prometeo plantea una cuestión filosófica fundamental: ¿qué define la esencia del ser humano en el relato? El monstruo de Frankenstein posee cualidades que comparte con su creador. Por citar sólo algunas: la sensibilidad ante las bellezas de la naturaleza, la empatía, la capacidad de sentir la soledad y el sufrimiento, la necesidad de ser amado y de amar, y la inteligencia. Su aspecto físico, sin embargo, es el punto de inflexión: todos los que se cruzan en su camino se centran únicamente en su aspecto horrible, aunque eso signifique ignorar estas cualidades tan propias de la humanidad. Al negarse a abrir su mente al otro, o al menos al negarse a ampliar su concepción de lo que significa ser humano, ¿no es en realidad el humano el que acaba creando al monstruo?

 

Para saber más

 

La cultura popular ha hecho de la creación del doctor Frankenstein un monstruo arquetípico en el imaginario colectivo y un clásico de Halloween. Han aparecido diversas adaptaciones cinematográficas de la novela, como el Frankenstein de Kenneth Branagh según Mary Shelley. Frankenweenie, de Tim Burton, también rinde homenaje a la historia de Shelley, y Van Helsing, de Stephen Sommers, da una nueva vida al monstruo al dotarle de un poco más de historia.

 

Notas :

 

[1] Chevalier, Jean et Alain Gheerbrant, Diccionario de símbolos, Paris, Ediciones Bouquin, p. 745

[2] Harari, Yuval Noah, Homo deus. Una breve historia del futuro, Paris, Albin Michel, 2015, p. 56.

 

ACERCA DE SOPHIE ARCHAMBAULT

Estudiante del Máster en estudios literarios, Sophie lee y escribe para entender mejor al ser humano, la sociedad, pero sobre todo al mundo en el que vive. Noctámbula, sus lecturas nocturnas sobre la espiritualidad y los fenómenos religiosos han acrecentado su interés por el concepto de lo sagrado. Amante de la naturaleza y sus peligrosas bellezas, la mitología, la historia del arte y todo lo que requiere creatividad, Sophie gusta de encontrarse a sí misma a través de estas pasiones para luego abrirse al mundo que la rodea.

 

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.

 

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